Una conversación urgente desde la educación
Tal vez la pregunta no sea si podemos enseñar la felicidad, sino si podemos seguir educando sin ella.
En un mundo donde niñas, niños y adolescentes crecen con ansiedad, presión constante y pocas oportunidades para conectarse con lo que sienten, enseñar a ser felices dejó de ser un lujo. Es una necesidad urgente. Desde las aulas, pero también desde las casas, los parques y los jardines, necesitamos abrir espacios donde la vida se sienta habitable, respirable, viva.
Ser feliz no significa estar alegres todo el tiempo ni evitar las emociones difíciles. Significa tener herramientas para habitarlas. Significa entendernos, conectar con otros, sentir que lo que hacemos tiene sentido. La felicidad no es una meta futura, es una manera de vivir el presente con conciencia. Gratitud, propósito, vínculos sanos, calma. Esos también deberían ser aprendizajes fundamentales.
En Delhi, India, más de un millón de estudiantes asisten a clases diarias del “Currículo de la Felicidad”. Allí no se califican exámenes, se enseñan prácticas como la meditación, el diálogo consciente, el reconocimiento emocional. Los resultados han sido sorprendentes: mejor convivencia, menos estrés, más ganas de aprender. Y lo más importante, estudiantes que aprenden a cuidarse y a cuidar al otro.
Nuestra región también empieza a abrir los ojos. Cada vez más docentes y cuidadores comprenden que educar no puede ser solo llenar de contenidos, sino también cultivar la capacidad de estar bien con uno mismo y con el mundo. Enseñar a respirar, a reconocer lo que sentimos, a hablar sin herir, a estar en silencio. Todo eso también es educación.
Y aunque la escuela puede sembrar esas semillas, la naturaleza tiene un rol esencial. En Andoke lo vemos todos los días: cuando un niño observa cómo nace una mariposa, cuando alguien se detiene a mirar las alas de un insecto con asombro, cuando una familia respira profundo entre los árboles. La felicidad también se enseña sembrando, observando, jugando, respirando.
Una vez, una niña nos dijo: “Esto me hizo sentir feliz, pero de verdad feliz. Como cuando uno se acuerda de algo bonito”. Y tal vez ese sea el verdadero objetivo: que la educación nos devuelva la posibilidad de sentirnos vivos.
Porque enseñar a ser feliz no es una utopía. Es una forma de resistir, de cuidar, de vivir.