Cuando pensamos en mariposas solemos imaginarlas como símbolos de belleza, transformación y libertad, pero detrás de esos colores vibrantes y vuelos delicados existe un mundo de ciencia fascinante que sorprende incluso a los investigadores más experimentados.
Colombia es el país con más mariposas en el mundo: alberga alrededor de 3.642 especies y 2.085 subespecies registradas, lo que equivale a casi el 20 % de todas las especies del planeta. En otras palabras, de cada cinco mariposas que existen en el mundo, una vive aquí. Además, nuestro país cuenta con cerca de 200 especies endémicas, únicas en el planeta, que dependen directamente de la conservación de los bosques para sobrevivir.
Lo más emocionante es que aún hay descubrimientos en curso. Un ejemplo reciente es la Emesis pacis, una mariposa endémica encontrada en la vertiente pacífica de la Cordillera Occidental a 1.900 metros de altura. Este hallazgo demuestra que todavía hay secretos por revelar en nuestros ecosistemas, lo que convierte a Colombia en un verdadero laboratorio vivo de biodiversidad.
Los colores de muchas mariposas tampoco provienen de pigmentos, sino de nanoestructuras en sus alas llamadas cristales fotónicos, que manipulan la luz creando efectos iridiscentes que parecen de otro mundo. Investigaciones han demostrado que incluso la densidad microscópica del cutículo de sus alas influye en cómo se refleja la luz, generando tonalidades imposibles de reproducir artificialmente.
Sus comportamientos también son sorprendentes. Algunas especies macho practican lo que se conoce como mud-puddling, posándose en suelos húmedos o riberas de ríos para absorber minerales esenciales que ayudan en la reproducción. Otras vuelan bajo, entre la hojarasca y las sombras, como estrategia para evitar depredadores en los momentos más calurosos del día.
Más allá de su belleza, las mariposas son bioindicadoras de la salud de los ecosistemas: su presencia o ausencia revela el estado de los bosques, que hoy se ven amenazados por la tala, la expansión urbana, la contaminación y los agroquímicos. Conservarlas es, en realidad, proteger la biodiversidad y nuestro propio futuro.
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